Texto y vídeo: Ahto Täpsi
A finales de diciembre, salí a observar águilas. Como es mi costumbre, llegué al amparo de la oscuridad y me instalé en silencio a esperar. Una ligera capa de nieve cubría el suelo y, con los primeros rayos de luz de la mañana, el bosque cobró vida con el canto de los carboneros. Pronto llegaron los arrendajos; se mantuvieron activos durante todo el día, con una presencia de intensidad variable.
Alrededor de las 10:30 AM, apareció la primera águila. Se posó en una rama durante unos quince minutos, escudriñando el área con mirada atenta antes de descender al suelo. Incluso entonces, se mantuvo vigilante. Poco a poco, el ave se relajó y pasó un tiempo considerable buscando alimento. Se trataba de un magnífico ejemplar adulto de pigargo europeo (Haliaeetus albicilla).
Por un breve momento, el tiempo mejoró y el sol —un espectáculo poco común a finales de este año— hizo una aparición fugaz. Sin embargo, los cielos despejados duraron poco y pronto comenzó a nevar de nuevo. Fue entonces cuando llegó un pigargo europeo joven, grande y robusto. Con sus anillas de identificación reluciendo, desplazó audazmente al ave adulta y tomó su lugar. A medida que la nevada se intensificaba, el "joven" decidió finalmente retirarse a un árbol cercano, donde permaneció posado durante casi una hora.
Al acercarse la tarde, la nieve comenzó a amainar. Quizás motivadas por el cambio de clima, dos águilas adultas y plenamente maduras aparecieron en escena. Comenzaron a inspeccionar el lugar, un movimiento que no agradó al joven del árbol, quien estaba decidido a defender su territorio. Se produjo un breve forcejeo; afortunadamente, no hubo heridos y el ave joven logró mantener su posición.
Para entonces, el atardecer se convertía rápidamente en noche. Este memorable encuentro tuvo lugar el 29 de diciembre de 2025, en el observatorio de águilas (hide) de Alutaguse.
